Nota publicada: 2025-10-08
Sin Medias Tintas.
Por Omar Alí López Herrera
Primero los pobres… suizos.
“Primero los pobres”, repitía el expresidente con la solemnidad de quien bendice al pueblo. El lema sonaba bien en el discurso, conmovía en los spots y se imprimió con tipografía humanista en los informes de gobierno. Pero hoy sabemos que en los hechos, los únicos pobres beneficiados fueron los bancos suizos.
Porque sí, mientras los programas sociales repartían despensas y abrazos, uno de los amigos más cercanos de los hijos del expresidente, Amílcar Olán, aparece como protagonista de una transferencia monumental: ¡tres mil millones de pesos!, que habrían viajado de México a Suiza, con escala en la opacidad. Según las fuentes, salieron de un “facturero” tabasqueño que sirvió de ingeniero financiero. Hablamos del mismo Olán que acumuló contratos públicos, amistades influyentes y una fortuna que desafía las matemáticas de la austeridad republicana.
Aquí entra en escena la fraternidad político-empresarial integrada por los tres hijos mayores del expresidente y por su fiel compañero de negocios, el propio Amílcar Olán. Una cofradía que no aparece en el organigrama de la transformación, pero sí en los registros de contratos y adjudicaciones del Tren Maya, el IMSS-Bienestar y el Corredor Interoceánico.
Nada de esto, claro, fue reconocido por el presidente. En sus conferencias, entre risas y desdén, aseguró que todo era “guerra sucia”. Y cuando se le preguntó si la Unidad de Inteligencia Financiera investigaría las fortunas de Olán o de sus hijos, contestó con un “¿para qué?”.
Este “para qué” se ha vuelto el nuevo pacto moral: para qué investigar si el sospechoso es amigo, para qué sancionar si el dinero se mueve en nombre del pueblo, para qué romper el espejo si la imagen sonríe.
Mientras tanto, los negocios florecieron. Romedic, la empresa de Olán, vendío medicinas y materiales médicos a hospitales públicos; sus compañías participaron en la provisión de balasto para el Tren Maya; y sus vínculos con dependencias federales fueron documentados una y otra vez. Son los nuevos capitalistas del cambio, los millonarios del humanismo mexicano, los herederos del neoliberalismo tropical.
En un México donde millones de personas viven con menos de dos salarios mínimos, donde los hospitales carecen de medicamentos y las escuelas se caen a pedazos, los socios del poder multiplicaron fortunas a la sombra del discurso moral. Primero los pobres, repetía el presidente; y sí, primero los pobres… de ética, los pobres de escrúpulos, los pobres de memoria. Porque mientras el pueblo se conforma con las migajas de los programas sociales, el círculo íntimo del poder se sirvió el banquete completo.
El supuesto viaje de tres mil millones de pesos a Suiza no es solo un escándalo financiero; es otra metáfora de ese sexenio. La austeridad, esa virtud proclamada como dogma, se revela como un disfraz, porque detrás del discurso austero hay cuentas doradas.
Para nuestra desgracia ciudadana, la historia se repite. Pero los ‘enemigos de la corrupción’ resultaron discípulos muy aventajados, porque los contratos sin licitación son “eficiencia administrativa”, las transferencias multimillonarias son “operaciones privadas” y la impunidad es, sencillamente, “prudencia política”.
Mientras tanto, nosotros observamos en silencio, divididos entre la esperanza y el desencanto. Algunos todavía creen que se trata de ataques mediáticos, y otros ya entendieron que el cambio se detuvo en la frontera de los apellidos. “Primero los pobres”, insisten los leales, mientras los verdaderos beneficiarios viajan, facturan y se blindan. Y si alguien se atreve a preguntar, la respuesta es la misma de siempre: “para qué”.
Quizá todo sea un malentendido. Tal vez el expresidente hablaba en serio: primero los pobres, pero los pobres de Suiza. Porque allá también hay pobreza, allá también hay bancos necesitados de tres mil millones de razones para seguir creyendo en la transformación.
Acá, en cambio, nos quedan los discursos, los abrazos, las becas y la fe. La pobreza aquí sigue siendo el mejor negocio. Y quienes prometieron erradicarla, aprendieron a administrarla con devoción.
Primero los pobres, sí, pero solo los pobres de conciencia. Los demás, los que viven de su trabajo, seguirán esperando turno mientras el tren del cambio avanza, cargado de balasto, de millones y de ironías.