
Nota publicada: 2025-10-07
Cuando todos cerraban puertas, otros vieron ventanas. Durante crisis económicas profundas, muchas empresas nacientes aprovecharon para reinventar mercados que parecían agotados. Uber no surgió en un contexto de bonanza, sino cuando la Gran Recesión dejó desempleados buscando nuevas formas de generar ingresos. Airbnb surgió en medio de la crisis de 2008, en San Francisco, cuando sus fundadores ofrecieron un colchón de aire como solución de hospedaje cuando los hoteles estaban saturados. Burger King abrió su primera sucursal en plena recesión de 1953–54, confiando en que la demanda por comida rápida podría resistir el embate económico.
Lo que estos casos tienen en común no es suerte, sino una lógica: en momentos donde otros se paralizan, nacen oportunidades para quienes estén dispuestos a asumir riesgos inteligentes. Detectan vacíos: transporte accesible cuando los servicios tradicionales fallan; alojamiento flexible cuando viajar se vuelve caro; comida rápida que no requiere largas esperas.
Además, esas empresas nacieron obligadas a operar bajo eficiencia extrema. Sin recursos holgados, aprendieron desde el primer día a simplificar costos, optimizar operaciones y priorizar lo esencial. Esa cultura rudimentaria se convirtió en pilar competitivo conforme crecieron.
También es relevante el cambio en el consumidor: en crisis, la gente reduce gastos, pero no deja de buscar soluciones. Así que las propuestas que funcionan suavizan dolores: pago por uso, ahorro, comunidad, servicio rápido. Y cuando el riesgo disminuye y vuelve la estabilidad, esas empresas ya tienen posicionamiento, infraestructura y clientela leal.
Estas historias muestran que el entorno no define tu destino: la mirada que pongas, las decisiones que tomes y la velocidad para ejecutarlas sí lo hacen. Quienes triunfan no sueñan con condiciones perfectas, sino que actúan con lo que tienen, donde están, cuando otros temen moverse.