Nota publicada: 2025-10-26
La maestra del engaño.
Todavía hay quienes piensan que la sal es un condimento. ¿Te has preguntado alguna vez por qué la sal, que no tiene calorías ni nada, nos está metiendo en problemas? Pues, imaginate: el exceso de sal no solo sube la presión arterial como si estuvieras manejando a toda velocidad en la carretera, tambien engorda.
La sal te engorda… sin calorías. Todos creen que la sal nomás da sabor. Pues no, lector: la sal es una maestra del engaño. Cuando comes mucha, sube la osmolaridad en la sangre y el cuerpo entra en modo “desierto”. Activa una vía y empieza a fabricar fructosa endógena a partir de la glucosa. Esa fructosa casera no solo genera grasa en el hígado, también activa el hambre al desbalancear la leptina y la dopamina en el cerebro. Así, aunque no tenga calorías, la sal enciende el mismo mecanismo que el azúcar: te da sed, el cuerpo la confunde con hambre, y terminas comiendo de más. No engorda por energía…engorda por trampa bioquímica. La sal no solo sube la presión, sube la ilusión del hambre. Resulta que cuando la comes en exceso (más de 10 gramos al día), no solo te deshidratas, sino que le cambias el rumbo a tu metabolismo. Y aquí viene lo bueno, el truco: ¡la sal sube la osmolaridad en tu cuerpo (aumenta la cantidad de solutos) y, por alguna razón que nadie había visto, empieza a producirse fructosa dentro de ti. Así es, ¡te estás fabricando azúcar sin comerla! ¿Y qué pasa con esa fructosa? Pues resistencia a la leptina, lector, esa hormona que se encarga de decirte “¡basta, ya comiste suficiente!”. En lugar de eso, tu cuerpo se vuelve como un caballo desbocado, pidiendo más y más comida, como si nunca se saciara. ¡Todo un ciclo de comer sin control y engordar! El paciente diría: Yo no como tanta sal ni que fuera caballo lame piedras. El error: confundir sal de mesa con sodio puro. Para entenderlo mejor, lector: 10 gramos de sal (NaCl) son 4 gramos de sodio (Na) Ejemplo: En una lata de sopa procesada, si dice que tiene 600 mg de sodio por porción, ¡solo estarías consumiendo la cuarta parte de un gramo de sodio! Pero si te echas tres porciones, ya te estás echando 1.8 gramos de sodio, y si sumas otras cositas saladas... ¡que problema! El sodio provoca resistencia a la leptina, esa hormona que te dice “ya basta, ya estás lleno”. Mientras que los azúcares rápidos (como los de las gomitas) disparan un pico de insulina que también se mete en el ciclo de hambre y saciedad, pero ¡te deja con más hambre!Así que mientras más sal y azúcar metes, tu cuerpo se vuelve más confundido. En lugar de decirte “ya estás lleno”, te sigue pidiendo más comida, porque el cuerpo no está recibiendo las señales correctas. En el cerebro y el sistema dopaminérgico, la sal y el azúcar activan el sistema de recompensa en tu cerebro, liberando dopamina. Esto te hace sentir bien mientras comes, pero, como todo lo que se activa en exceso, necesitas más. Entonces, el cerebro dice: “¡Eso estuvo chido, quiero más de eso!” Es como una adición al placer inmediato, pero el truco es que no te hace sentir saciado realmente, solo te genera más ganas de seguir comiendo. La comida ultraprocesada, como los nachos y el hotdog, que están llenas de glutamato monosódico (un potenciador de sabor), están diseñadas para hacer que tu lengua se vuelva loca. El glutamato engaña tus papilas gustativas, haciendo que los sabores sean más intensos y que tu cerebro quiera más.
El sodio tiene una habilidad muy rara, que se esconde bajo la manga: te deshidrata y confunde las señales de tu cuerpo, lo que hace que tu sed se convierta en hambre. Esto levanta las alarmas en el cuerpo porque, como cuando metes un caldo de frijoles en un refrigerador y se espesa, tu cuerpo también se espesa. El cuerpo, pensando que se te está acabando el agua (porque eso es lo que pasa cuando te sube la salinidad en los líquidos corporales), activa los mecanismos de sed. ¡Pero espera! Aquí viene el truco: El cerebro, que es un maestro del drama, ya no sabe si te hace falta agua o comida, y confunde las señales. Como el sodio altera el equilibrio de fluidos, la sed se convierte en una sensación de hambre. Así que cuando crees que te estás muriendo de hambre, en realidad tu cuerpo solo te está pidiendo agua. Pero claro, el cerebro no lo sabe, y te manda directo a las gomitas, a los tacos de suadero o a lo que sea, porque piensa que lo que necesitas es más comida, no agua. Así que la próxima vez que sientas ese impulso de comer como si fueras un camello en el desierto, recuerda que no es hambre verdadera, es el sodio jugando con tus señales. Mejor toma agua, porque el hambre que sientes puede ser solo un engaño.
Dr. César Álvarez Pacheco
@cesar_alvarezp
Huatabampo, Sonora