Nota publicada: 2025-07-27
Tensiones y sucesiones: La regla en México
Bulmaro Pacheco
No tardó mucho el presidente Lázaro Cárdenas en darse cuenta de que el expresidente Plutarco Elías Calles no lo dejaba gobernar. Un gabinete que casi siempre acordaba con el exmandatario, declaraciones y críticas constantes de Calles sobre el rumbo del gobierno del michoacano, y reuniones sin límites de los colaboradores del presidente con el jefe máximo para definir medidas de política pública, terminaron por cansar a Cárdenas. El 6 de abril de 1936 ordenó a su personal militar ir por el expresidente a su casa y conducirlo al aeropuerto para exiliarlo a los Estados Unidos (San Diego), donde permaneció hasta el gobierno de Manuel Ávila Camacho.
Cárdenas forzó cambios en su gabinete y se dedicó a gobernar el resto de su sexenio. Él y Calles se volvieron a encontrar en un acto de unidad nacional convocado por el presidente Ávila Camacho en 1942, en su calidad de expresidentes. Solo se saludaron de lejos; no hubo el apretón de manos que la prensa esperaba. Al respecto, Cárdenas le contesta a Blanco Moheno en una entrevista publicada era la revista Siempre! de octubre de 1964: “El señor General Calles ha sido uno de los más grandes mexicanos. Como jefe militar no fue ni remotamente mediocre, sino que tuvo ocasiones numerosas de probar su valía… En Naco y en Agua Prieta donde yo me incorporé a su mando, demostró cualidades militares indudables. Pero lo esencial en él era el sentido social tan profundo, tan revolucionario. Fue un mexicano, te repito y un estadista. Si has hecho maliciosa la pregunta, la contesto de todos modos: Los problemas entre los hombres son hijos de las circunstancias. Pero Plutarco Elías Calles merece la gratitud de todos nosotros los mexicanos”.
Al final de su sexenio, el presidente Luis Echeverría (1970-1976) manejó ante la opinión pública una terna de aspirantes a la presidencia: Mario Moya Palencia, Hugo Cervantes del Río y Carlos Gálvez Betancourt. La sorpresa la dio el secretario de Hacienda, José López Portillo, en septiembre de 1975, quien al final fue seleccionado como candidato por Echeverría, dejando en el camino a los mencionados en la terna.
¿Una sorpresa? No. Era el más amigo —desde la infancia y la juventud— del presidente, y fue promovido desde sus inicios en el gobierno: subsecretario de la Presidencia, director de la Comisión Federal de Electricidad y secretario de Hacienda.
López Portillo heredó tensiones y un país en crisis: irritación por las expropiaciones agrarias en el norte y una devaluación del peso en 1976, la primera desde 1952. Fue un candidato presidencial que hizo campaña solo, ante la crisis del PAN, que no pudo postular candidato presidencial en 1975.
El expresidente Echeverría aspiró a dirigir la ONU y quiso seguir influyendo en la política mexicana a través del Centro de Estudios Económicos del Tercer Mundo, creado especialmente por y para él. También —como Calles— quiso seguir opinando en los medios de comunicación y no tardó en recibir una invitación para irse como embajador de México a las Islas Fiyi en Oceanía. Todavía duró un tiempo más en el servicio exterior, en la UNESCO, pero los personajes que heredó al gobierno de López Portillo no tardaron en salir a desempeñar comisiones en el exterior.Hubo tensiones, declaraciones, señalamientos y agravios, pero José López Portillo terminó por imponerse y concluir su sexenio.
Ernesto Zedillo no esperaba ser el candidato del PRI a la presidencia. Los nombres de Colosio, Camacho y Pedro Aspe pesaban mucho en el ánimo del presidente Salinas. La incógnita se despejó en noviembre de 1993 y Colosio alcanzó la candidatura del PRI, con la molestia de Camacho y la solidaridad de Aspe y Zedillo, quien al final fue designado coordinador de la campaña del sonorense.
Tras el asesinato de Colosio, el presidente Salinas originalmente pensó en reformar la Constitución para facilitar la candidatura de Aspe entonces secretario de hacienda quien no reunía el requisito de separación del cargo con antelación,—el PAN que tenía los legisladores necesarios para frenar la mayoría calificada en ambas cámaras se opuso—. Solo le quedaron dos cartas: Fernando Ortiz Arana, presidente del CEN del PRI, y Ernesto Zedillo, coordinador de campaña. Zedillo fue el candidato del PRI y ganó la elección con la mayor participación ciudadana (77% del padrón) que se recuerda en los últimos 30 años.
Los hechos son demasiado conocidos: el expresidente Salinas presionando con huelga de hambre, su hermano Raúl preso, acusado del asesinato de José Francisco Ruiz Massieu, y tensiones permanentes entre uno y otro que acabaron distanciándolos, al igual que Calles-Cárdenas y Echeverría-López Portillo.
Con la transición en el año 2000, las reglas sucesorias no cambiaron: “Presidente intentando dejar presidente”.
Miguel de la Madrid fue el penúltimo presidente en heredar sucesor en un proceso convulso y movido: Carlos Salinas de Gortari. López Obrador logró —desde un principio— impulsar a su favorita para la candidatura a la presidencia y lo consiguió. Algo que ni Salinas (Colosio), Zedillo (Labastida), Fox (Creel), Calderón (Cordero) ni Peña Nieto (Meade) lograron.
El método sucesorio siguió intacto y las tensiones también aunque digan que son diferentes y que ya no son como antes. Ahora está peor que en otros tiempos, por la complejidad de algunos problemas.
Las tensiones que agobian a la presidenta de México son de otro tipo y con nuevas expresiones: una relación muy tensa con el gobierno de los Estados Unidos —que no se había dado desde los tiempos de la expropiación petrolera—; la mayor parte del gabinete heredado de su antecesor, incluyendo la dirigencia de su partido y al hijo del expresidente como secretario de organización; el rechazo de Morena a algunas de sus propuestas (la selección de candidato al gobierno de la Ciudad de México, la presidencia de la CNDH, la propuesta contra el nepotismo, la reelección legislativa y la desaparición de las pluris, entre otros); una alianza con organizaciones y sindicatos que solo ha reflejado resistencias al cambio y el mantenimiento de privilegios para las corporaciones; y una alianza de partidos (PT y Verde) muy endeble, que a cada rato manda señales de que subirá sus tarifas y sus cuotas si se quiere avanzar hacia el 2027.
¿Existen condiciones para una sacudida política y un golpe de mano en la mesa presidencial?
¿Registrará el gobierno federal la exigente demanda ciudadana de una mayor independencia de la presidenta ante los altos costos que le representa mantener el statu quo lopezobradorista, frente a las cambiantes condiciones políticas internas y externas que caracterizan al México de nuestros días?
La crisis en Morena de Adán Augusto, los partidos aliados y los gobernadores de Tamaulipas, Sinaloa, y Baja California sólo son síntomas de la descomposición y tensiones fuertes para la Presidenta. Los remedios están a la mano.