• Hermosillo, Sonora, México a 2025-05-25  |  Año 29 No. 11    

El México bronco y caliente: ¿Cómo enfriarlo?


Nota publicada: 2025-05-25

El México bronco y caliente: ¿Cómo enfriarlo?

Bulmaro Pacheco.

 

Los recientes asesinatos de dos altos funcionarios públicos de la  Ciudad de México, sumados a la radicalización de algunas fuerzas políticas como la CNTE y el asesinato de candidatos a cargos de elección popular han reabierto el debate sobre la violencia que hemos padecido por años. y le muestran al actual gobierno que más allá de los modelos ideológicos con los que pretende interpretar las nueva problemática, la difícil y compleja realidad termina por imponerse como ha ocurrido en otras etapas de la historia nacional.

Dice Salvador Camarena que “la CNTE se está convirtiendo en un factor de desgaste de la idea de un gobierno sin reclamos sociales u opositores con modelo de progreso alternativo y monopolio del discurso progresista”. Tiene razón.

La historia de México registra diversas etapas de tensión política y violencia y han sido varias las causas: Factores de poder insatisfechos; tensiones por la representación política; avances en la politización de los ciudadanos; crisis económicas recurrentes; violencia en regiones siempre conflictivas; o el reacomodo de fuerzas sociales políticas y económicas que buscan nuevos espacios de participación y acción en sus diversas facetas, sea la política, los negocios o las actividades ilegales del hampa organizada.

Pero ahora hay nuevos ingredientes: El retiro de la visa norteamericana a la gobernadora de Baja California—algo inédito en México—, El asesinato recurrente de aspirantes a cargos de elección popular en las diversas regiones de México; el retiro de candidaturas de aspirantes registrados por partidos políticos, por presiones de la delincuencia organizada, la promoción velada —económica y política— de candidaturas a cargos de elección popular, y con dedicatoria, para salvaguardar regiones y zonas de interés y la influencia cada vez más amplia de la delincuencia en las regiones de México. Diferentes instancias hablan de un 50% del territorio nacional dominado por los poderes fácticos, que han complicado la extensión del estado de derecho. Otros dicen que la cifra ya está rebasada.

Años antes, la violencia política registraba ingredientes políticos fácilmente identificables: Manifestaciones públicas; toma de instalaciones; fraudes electorales; invasión de tierras; cerrazón del poder público, que reprimía manifestaciones; debilidad de la representación política, que no alcanzaba para conciliar intereses, y la ausencia de una gran reforma política que diera cauce a las inconformidades sociales a través del derecho y las instituciones en forma pacífica y ordenada. Se sentía una gran presencia de lo que entonces Jesús Reyes Heroles llamaba el “México Bronco”.

Años después, la violencia política alcanzó niveles de complejidad sorpresivos con los asesinatos políticos ocurridos en 1994 de Luis Donaldo Colosio y José Francisco Ruiz Massieu.

Desde los asesinatos de Madero (1914) Carranza (1920) y del presidente electo Álvaro Obregón (1928), México no había vivido una situación como la que se presentó en el año fatídico de 1994

Tiempos de violencia también las muertes de Zapata (1919) Villa (1923) y los candidatos Serrano y Gómez en 1927.

En el caso del asesino material de Obregón, José de León Toral, se tejieron innumerables versiones de todo tipo de conspiraciones, donde se señalaba principalmente como origen el conflicto religioso que México estuvo viviendo entre 1925 y 1929.

Posteriormente, ya en el cardenismo (1939), vendría el asesinato del exsecretario de Agricultura y exgobernador de San Luis Potosí Saturnino Cedillo, crítico rebelde del cardenismo.

Ya en los noventa, y como en todo magnicidio, no hubo satisfacción con la explicación de parte de las autoridades sobre los autores materiales de los asesinatos políticos: Mario Aburto, en el caso de Colosio, y Daniel Aguilar Treviño, en el caso de Ruiz Massieu.

En el caso de Colosio se manejó la versión de “crimen de Estado”; una tesis nunca demostrada. En el de Ruiz Massieu, las investigaciones posteriores llevaron al encarcelamiento de Raúl Salinas de Gortari, hermano del expresidente.

Ya entrado el siglo XXI, cimbraron en la política las muertes —en accidentes aéreos—de Ramón Martín Huerta, secretario de Seguridad del gobierno de Vicente Fox (2005), y de los ex secretarios de Gobernación del gobierno de Felipe Calderón, Juan Camilo Mouriño (2008) y Roberto Blake Mora (2011).

También el asesinato del candidato del PRI, PANAL y PVEM al gobierno estatal en Tamaulipas, Rodolfo Torre Cantú, a plena luz del día y camino al aeropuerto, seis días antes de la elección en 2010.

Qué decir del caso de Ayotzinapa, Guerrero (municipio y Estado gobernados por el PRD) en 2014, donde desaparecieron 43 estudiantes de la escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos. Un expediente que todavía permanece abierto.

Luego, cimbraron la opinión pública las muertes en accidente de helicóptero de Martha Erika Alonso gobernadora de Puebla y su esposo, el exgobernador Rafael Moreno Valle, en diciembre del 2018.

En ninguno de los casos mencionados ha habido explicaciones convincentes. Han persistido las dudas, las sospechas y versiones, que han ido desde las interminables conspiraciones hasta el reconocimiento de que nuevos poderes han emergido en México, que han roto las reglas, anulado las formas y se han extendido por todo el país con gran capacidad material y económica, para disputar el poder de las instituciones nacionales y locales.

Todo eso ha provocado desconfianza, incertidumbre, desánimo, apatía y bajas tasas de participación política, y que el INEGI nos informe que en México más de 40 millones de mexicanos sufren de depresión y ansiedad, entre otros fenómenos de descomposición social que registran los tiempos actuales de México.

Ese México Bronco que Jesús Reyes Heroles nos advertía del riesgo al “despertarlo” quizá ya lo estamos viendo, con un grado mayor de complejidad, nuevos ingredientes y alta temperatura política y social. El reto ahora, como antes es: ¿cómo enfriarlo?

Con mucha apertura política, con la fortaleza del federalismo, con mucho diálogo entre las diversas fuerzas políticas y con políticas de gobierno que fortalezcan la confianza y la unidad entre los mexicanos. Más allá de las especulaciones y las teorías sobre la nueva situación de violencia y descomposición social que vive México, también es cierto que la problemática no se arreglará solo con la “voluntad y el deseo” de querer arreglar las cosas o solo porque una nueva fuerza política —que cree que tiene todas las soluciones—o que son diferentes, llegó para gobernar México.

Se requiere revisar a fondo la calidad de la educación que se imparte; evaluar a fondo si de verdad las estrategias de asignación de recursos a la gente han combatido la desigualdad; revisar si el llamado “combate a las causas” de la violencia en México realmente ha funcionado; reconocer los errores actuales y las estrategias fallidas; replantear la estrategia de negociaciones con Donald Trump  dejar ya de echarle la culpa al pasado de todo y abrir el sistema político al diálogo con la diversidad política, social y cultural de México. De no rectificar, será muy difícil recuperar la confianza y la credibilidad de un pueblo cada vez más escéptico e incrédulo que ya empieza a dudar y a poner en tela de juicio las promesas que se le hicieron de que ahora iba a ser todo diferente y nada como antes y estamos viendo que no ha sido así.

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