• Hermosillo, Sonora, México a 2025-05-04  |  Año 29 No. 11    

Entre cheves y garnachas


Nota publicada: 2025-05-04

Entre cheves y garnachas.

 

Regularmente en los fines de semana cuando la familia está reunida, o en algun evento social de esos donde no faltan las ambarinas, siempre hay con que saciar el hambre. Se dice que el mexicano tiene el paladar entre dulce y frito, y que todo eso con estas caracteristicas, nos encanta, que decir de la bebida para celebrar, ufff. Hasta que te das cuenta que el que sufre no eres tu, sino tu hígado.

 

Porque en México, no hay folklore sin garnacha, ni evento sin caguama. Desde el mitin político hasta el velorio, desde el congreso médico hasta la ronda entre compadres, el alma se abre mejor con una salsa brava y un trago fresco. Y sí, en todas las etnias, profesiones y niveles, ese “engrasante social” está presente: carbohidrato, grasa y alcohol, la santa trinidad que une al pueblo y condena al hígado. El mismo tequila que suelta la risa, es el que va tejiendo silenciosamente ese hígado graso que no duele, pero pesa. Pesa en los laboratorios, en el ultrasonido, y en la conciencia. Y justo ahí está el problema, porque uno se escapa del mundo con una “bien muerta”, pero regresa con el ácido úrico alto, la panza inflamada y la transaminasa llorando. Y ahora que leo ese artículo sobre el hígado graso, no puedo evitar que me sepa agridulce, como el primer trago del viernes que ya sabes que te va a costar el lunes. Estoy seguro, que todos hemos escuchado hablar del hígado graso. Y como no duele, pos nos vale un kilo de semillas. Nos vale, porque no se siente nada, igual que el paciente diabético que dice: una tortilla mas no me va hacer daño. Uno sigue comiendo, bebiendo, sobreviviendo,  hasta que el ultrasonido empieza a hablar. Algunos se ponen serios cuando oyen la palabra cirrosis. Otros ni con eso. Pero la mayoría —cuando alguien les menciona algo del hígado— suelta el clásico: “¡Pero si yo ni tomo!” Y ahí está la trampa. Porque el hígado graso no necesita alcohol para florecer. Solo necesita resistencia a la insulina, inflamación silenciosa, exceso de energía almacenada y uno que otro antojito cultural cada fin de semana. ¿Y qué es el hígado graso? Es la acumulación de grasa (triglicéridos) en el hígado en más del 5% de los hepatocitos (celulas), sin que haya causas secundarias como el alcohol, virus o medicamentos. Se le conoce ahora como “enfermedad hepática asociada a disfunción metabólica (MASLD)”, antes llamada NAFLD, y puede avanzar a inflamación crónica, fibrosis, cirrosis e incluso cáncer hepático. Porque el hígado graso no es cosa de borrachos. Es cosa de todos: de los que se creen sanos, de los que “nomás botan las emociones con comida”, y de los que piensan que el refresco sin azúcar los salva. Y como todo en la vida moderna y disfrazada de ciencia: Ahora se clasifica, se tipifica, se refina. Ya no hablamos de “grasa en el hígado” así nomás. Ahora se llama MASLD (Metabolic dysfunction–associated steatotic liver disease), y se entiende que no es solo un hallazgo, es una enfermedad progresiva que puede llevar a cirrosis y cáncer, incluso en quien nunca probó el alcohol. Los conceptos han cambiado, porque la gravedad del problema ya no cabe en el sarcasmo.

 

Aquí le va la historia natural del hígado graso, contada como si la abuela curandera te estuviera leyendo el futuro en una ecografía mal impresa:  “Hijo mío…veo en tu hígado un destino triste.” “Veo maruchan, Coca, carnitas, ansiedad y cheves…y veo que tú dijiste “ni siento nada, ha de ser normal”. Paso 1: La grasa se acomoda calladita (esteatosis simple) Tu hígado empieza a guardar grasa como closet de señora acumuladora. No te duele. No te avisa. Nomás se pone brilloso en el ultrasonido. Tú sigues comiendo igual, y el laboratorio nomás marca una transaminasa media alta. “Nada grave”, dices… “Ha de ser por el estrés.” Así el hígado, lector: te guarda el veneno que no supiste soltar. Aquí ya hay daño estructural. Pero como no duele, tú te ríes con tu combo de alitas y papas. Paso 4: Cirrosis (el muro final) El hígado ya no funciona bien: no filtra, no sintetiza, no responde. Empiezas con las piernas hinchadas, la panza como tambor, y un aliento que ni el mentol salva. Pero ¿Qué hago entonces?  Come menos cochinero, muévete más, ayuna con respeto, duerme, bájale al trago, hazlo constante, no heroico. Y deja de pensar que no te va a pasar.  Cuando la voluntad no alcanza, pero el hígado ya está en terapia intensiva, estimado lector, no es su culpa, la culpa es de su mamá, que lo truamó desde chiquito con lunch de juguito, galletas de animalito y panda rojo como recompensa por existir. Pero ahora que ya es adulto funcional (más o menos), ya sabe si le sigue, o se modera.

Dr. César Álvarez Pacheco 

[email protected] 

@cesar_alvarezp 

Huatabampo, Sonora

 



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