Nota publicada: 2025-09-22
Todos, en algún punto, hemos caído en la misma trampa: esperar el día ideal para iniciar un proyecto, dar un giro en nuestra carrera o cambiar un hábito que ya no nos hace bien. Decimos “cuando tenga más tiempo”, “cuando ahorre un poco más” o “cuando me sienta seguro”. Pero la vida rara vez ofrece escenarios impecables.
De hecho, un estudio de la Universidad de Harvard sobre la toma de decisiones concluyó que las personas que actúan a pesar de la incertidumbre tienden a generar mayor resiliencia emocional y confianza en sí mismas que aquellas que posponen indefinidamente. En otras palabras: la acción fortalece la seguridad, no al revés.
El psicólogo Timothy A. Pychyl, experto en procrastinación, lo resume así: “La inacción alimenta la duda y el miedo. La acción alimenta la confianza y el coraje”. Ese simple principio puede marcar la diferencia entre quedarse atrapado en la planeación eterna o dar pasos concretos hacia un futuro distinto.
Un ejemplo claro está en quienes aprenden nuevas habilidades. Diversos estudios en neurociencia han mostrado que el cerebro necesita experiencia práctica para construir nuevas conexiones neuronales. No importa cuánto leas sobre tocar guitarra, nadar o emprender un negocio: solo cuando lo haces, incluso torpemente al principio, tu cerebro comienza a adaptarse y a mejorar.
El error, por tanto, no es fallar, sino nunca intentarlo. De hecho, la “ley de las pequeñas acciones” que se estudia en psicología conductual demuestra que dividir un gran objetivo en pasos diminutos aumenta hasta en un 60% las probabilidades de cumplirlo. Lo que para muchos parece insignificante —como levantarse 10 minutos antes, leer 5 páginas de un libro o ahorrar una cantidad mínima cada semana— es en realidad un entrenamiento silencioso para sostener cambios más grandes en el futuro.
Hay un matiz interesante: esperar puede sentirse seguro, pero también roba energía. Quedarse demasiado tiempo en la fase de análisis desgasta, porque el cerebro consume recursos como si ya estuviera resolviendo el problema, sin haber hecho nada en realidad. Esa es la paradoja: cuanto más planeas sin actuar, más cansado y ansioso te sientes.
Por eso, muchos expertos recomiendan “microcompromisos”: acciones tan pequeñas que resultan imposibles de rechazar. Si quieres escribir un libro, empieza con un párrafo. Si quieres mejorar tu salud, sal a caminar cinco minutos. Si quieres aprender un idioma, dedica tres palabras nuevas al día. Al acumularse, esas microacciones se convierten en un cambio profundo.
Lo verdaderamente transformador no es dar un salto heroico, sino entender que la vida se mueve mientras dudas. Que el miedo no desaparece de golpe, pero se vuelve más pequeño cuando lo enfrentas. Y que cada paso, aunque imperfecto, abre un horizonte que nunca hubieras visto esperando el “momento correcto”.
En la práctica, lo único que necesitas no es estar listo, sino dispuesto.