• Hermosillo, Sonora, México a     |  Año 29 No. 11    

Los nudos educativos

Omar Alí López Herrera / [email protected]




Nota publicada: 2025-12-02

Sin Medias Tintas.

Omar Alí López Herrera.

 

Los nudos educativos


La educación mexicana está atravesada por una paradoja persistente: cada sexenio promete que será la palanca del progreso, pero el abismo entre las aulas y el mercado laboral se ensancha año tras año. Mientras el discurso oficial sostiene una promesa de movilidad social, la realidad cotidiana revela algo más incómodo: millones de jóvenes transitan del pupitre al desempleo, de la incertidumbre al subempleo, y del laboratorio escolar a la informalidad.

La conversación pública suele quedarse en frases fáciles que no cuestionan nada. Se dice que los jóvenes no están preparados, que el mercado es demasiado exigente, que la información es un refugio temporal. Sin embargo, cuando revisamos con lupa los datos, descubrimos que la realidad es más inquietante: la mitad de los jóvenes trabajan en la economía informal, sin seguridad social ni prestaciones. Y una buena parte de esa mitad tiene estudios de bachillerato o universidad. No son ignorantes, pero el mercado laboral formal no los valora.

El primer nudo es la desconexión estructural. La educación ha logrado ampliar el acceso. Ese avance es real y digno de reconocimiento. Más jóvenes estudian el bachillerato y la universidad. Pero estos números esconden una trampa. Si las estructuras económicas no pueden absorber a los egresados, la expansión educativa se convierte en una fábrica de frustración. Allí aparece el espejismo: se nos dice que la transformación productiva demandará las habilidades de los nuevos profesionistas, pero esa transformación nunca llega. Se formó más gente, pero no se formó empleo. Esa asimetría lastima no solo la igualdad, sino la lógica misma del progreso educativo.

El segundo nudo es la pertinencia, o más bien su ausencia. El país discute frecuentemente la calidad educativa, pero pocas veces se detiene a examinar la distancia real entre lo que las empresas realmente necesitan y lo que la educación ofrece. No se trata de subordinar la escuela al mercado, sino de reconocer que la desigualdad educativa reproduce la desigualdad social y económica. Las compañías suelen buscar habilidades "comunicativas", "pensamiento crítico" o "capacidad de resolución de problemas", pero estas categorías abstractas ocultan la realidad: lo que buscan son competencias específicas que solo ciertas instituciones logran transmitir. El resto de los egresados queda atrapado en empleos precarios o en la informalidad.

Muchas instituciones educativas siguen privilegiando la memorización o, en el mejor de los casos, la acumulación de contenidos sin aplicación práctica. El resultado es un desencanto generalizado. El egresado siente que estudió lo que no sirve y que no sabe lo que necesita. Las empresas se quejan de que los jóvenes llegan sin preparación real. Y el círculo de desencanto se traduce en subempleo, rotación constante y, finalmente, informalidad.

El tercer nudo es el territorio, la dimensión menos visible pero quizá la más determinante. Nuestra Educación no es homogénea en calidad ni en formación. Lo que se enseña en una prestigiada universidad privada no se parece remotamente a lo que ocurre en un bachillerato rural del sur del país. Esta fragmentación geográfica y social no es un accidente, sino el reflejo de un sistema que nunca se propuso redistribuir oportunidades de manera efectiva. Mientras la retórica oficial habla de igualdad, la realidad territorial muestra que el código postal de nacimiento sigue siendo más determinante que el esfuerzo individual.

Y detrás de todo esto opera una inercia burocrática que hace al sistema inmune a la autocrítica. Las reformas educativas van y vienen con cada sexenio, pero rara vez tocan los problemas de fondo. Se modifican planes de estudio que tardan años en implementarse, se lanzan programas que mueren al cambio de administración, se habla de innovación mientras las aulas siguen operando con lógicas del siglo pasado.

La pregunta incómoda no es si la educación puede ser motor de cambio, sino si realmente queremos que lo sea. Porque mientras sigamos repitiendo que "la educación es la solución" sin transformar las condiciones estructurales que la hacen ineficaz, seguiremos atrapados en este nudo que aprieta cada vez más y que nadie se atreve a desatar… y si no me cree, pregúntele a cualquier maestro.

 



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